Érase una vez un joven e ingenuo muchacho que soñó con escribir la obra definitiva, una obra que fuera capaz de conmover a todo aquel que posase sus ojos sobre ella. Tenía que ser una historia emotiva, graciosa, con personajes bien creados y de gran profundidad, sin caer en la pedantería.
Así fue como el joven se preparó, aparto un par de bolígrafos y una libreta en blanco, lleno un vaso con agua fresquita y se sentó en un viejo sillón, allí empezó a pensar y pensar, y por más que pensaba y por más ideas que se le ocurrían ninguna le parecía lo suficientemente buena. De todas sus ideas podía encontrar parecido con alguna película o novela ya existente. Se esforzaba mucho. Pasaba muchas horas sentado y pensando.
Tantas horas pasaron que se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años.
Un día se levantó del viejo sillón y se dirigió al baño, y cual fue su sorpresa al mirarse al espejo y en lugar de ver a un joven vivaracho se encontró a un anciano, un viejo, un ser humano que ya esta esperando la visita de la negra parca, pero ese anciano era el, ¿Cómo había permitido que pasara tanto tiempo?
Se acercó a la ventana y miró la calle y las gentes que por allí deambulaban. Parecía otro mundo, los peinados, las ropas, los vehículos, todo era diferente a como el recordaba, ¿Cuántos años habían pasado?, ¿60, 70 ,80? De todas formas, demasiados años.
Fue entonces cuando la muerte con su guadaña y su hábito negro se le acercó y le hizo un ademán como queriendo decir "ven, ven conmigo", y el viejo le hizo otro gesto queriendo decir"Espera, un momento nada mas", fue así como con pulso tembloroso escribió con su viejo bolígrafo en su ya amarillenta libreta estas palabras de despedida:
En la vida no busques
la obra definitiva, ya que la vida es un continuo ensayo, y hay que ensayar
siempre
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